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VAYAN POR EL MUNDO


“Como niños serán llevados en el regazo y acariciados sobre sus rodillas; como un hijo a quien su madre consuela, así los consolaré yo” (Is 66: 12b-13). Dios mismo, tomando la figura de Jerusalén como madre que da a luz un pueblo nuevo, se compromete a traer la paz, la justicia y, especialmente el amor, como la forma de engendrar ese pueblo nuevo. Toda la simbología y alegría de un parto se encadena en una serie de afirmaciones teológicas sobre la ciudad de Jerusalén. Desde ella hablará Dios, desde ella se podrá experimentar la misma maternidad de Dios con sus hijos. Porque Dios, lo que quiere, lo que busca, es la felicidad de sus hijos.

“Para que se alimenten de sus pechos, se llenen de sus consuelos y se deleiten con la abundancia de su gloria” (Is 66: 11). Esta profecía se da después del exilio, por eso es entendible que esa Jerusalén no existe, hay que crearla en todas partes, allí donde cada comunidad sea capaz de sentir la acción liberadora del proyecto divino. Siempre me ha encantado todos los textos que hablan de la maternidad de Dios. Con este texto podría afirmar que Dios es madre, y por lo tanto, el profeta Isaías usa la figura de la madre que alimenta a su hijo, que lo consuela cuando sufre y llora, y se goza con cada logro de su hijo, así es Dios-Madre para cada uno de nosotros sus hijos.

“Jesús designó a otros setenta y dos discípulos y los mandó por delante, de dos en dos, a todos los pueblos y lugares a donde pensaba ir” (Lc 10: 1). Este texto es un programa simbólico de aquello que les espera a los seguidores de Jesús: ir por caseríos, aldeas, pueblos y ciudades para anunciar el evangelio, es un envío a realizar la tarea que Él no podrá llevar a cabo. El número de enviados (70 ó 72) significa una magnitud incontable, un número que expresa plenitud, porque todos los cristianos estamos llamados a evangelizar.

“Pónganse en camino; yo los envío como corderos en medio de lobos. No lleven ni dinero, ni morral, ni sandalias y no se detengan a saludar a nadie por el camino” (Lc 10: 3-4). Las palabras de Jesús sobre los discípulos que han de ir a anunciar el evangelio fueron vividas con radicalidad por profetas itinerantes judeocristianos. Las dificultades que se encontraron los discípulos al evangelizar son las mismas para unos que para otros, en las diferentes regiones y direcciones que cada uno tomo en su misión. Cosa importante en este envío, advirtamos que no se trata de la misión de los Doce, sino de otros muchos (72).

“Pero no se alegren de que los demonios se les someten. Alégrense más bien de que sus nombres están escritos en el cielo” (Lc 10: 20). Si toda la comunidad, si todos los cristianos deben ser evangelizadores. Recordemos que el mal del mundo se vence con la bondad radical del evangelio. Cuando se anuncia el evangelio liberador del Señor siempre se percibe un éxito, porque son muchos los hombres y mujeres que quieren ser liberados de sus angustias y de sus soledades. La recompensa de anunciar el evangelio es, la liberación de muchos hermanos y hermanas de sus pecados y la salvación para quien anuncia el evangelio.

¡Debemos confiar en la fuerza del evangelio! Debemos tomar nuestra misión evangelizadora y proclamar como los discípulos la Buena Nueva, que libera, sana y salva. Amén.


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