Las lecturas para este domingo nos hacen reflexionar en la recompensa final de nuestra vida: el Reino de Dios. Por encima de la muerte esta la fe, que nos llevara hasta la presencia de Dios. A muchos nos preocupa la muerte, pero no nos preparamos adecuadamente. La muerte solo es un momento, se nos lleve a encontrar la vida o la muerte eterna.
“La fe es la forma de poseer, ya desde ahora, lo que se espera y de conocer las realidades que no se ven” (Heb 11: 1). Con este capítulo, el autor de la carta a los Hebreos, compuso este sermón para mover a la fe a la comunidad, al igual que los padres ancestrales del pueblo, pero en esta lectura, trae la esperanza que procura Jesús y su obra. Jesús es el ejemplo de nuestra fe en Dios y de nuestra entrega a los hombres al comprender todas las flaquezas.
“Ellos reconocieron que eran extraños y peregrinos en la tierra. Quienes hablan así, dan a entender claramente que van en busca de una patria” (Heb 11: 13b-14). En nuestra peregrinación hacia Dios, tenemos un mediador y una seguridad que no tuvieron los padres del pueblo: al mismo Jesús. La figura de Abrahán, el padre del pueblo al que se le pidió todo, incluso a su propio hijo. Pero si fuéramos realistas diríamos que Dios no pide la muerte de un hijo y mucho menos cuando es el hijo de las promesas. Eso es un género simbólico para decir que todo está en manos de Dios. Pero, precisamente es en las manos de Dios donde está la resurrección, y ésa es la gran cuestión de la fe en Dios.
“Los piadosos hijos de un pueblo justo celebraron la Pascua en sus casas, y de común acuerdo se impusieron esta ley sagrada” (Sab 18: 19a). Esta lectura quiere describir la noche de salvación para Israel, la noche pascual, que se ha convertido en la memoria histórica salvífica de un pueblo que siempre ha recurrido a Dios y quien lo libera de todas las esclavitudes; un pueblo que anhela salvación y que lo encuentra en Dios, quien se ha comprometido con la historia y vino a ser la razón de su identidad.
“No temas, rebañito mío, porque tu Padre ha tenido a bien darte el Reino” (Lc 12:32). La exhortación conclusiva de este texto: “donde está su tesoro, allí está su corazón”, es toda una llamada a la comunidad sobre el comportamiento en este mundo con respecto a las riquezas. El dicho del tesoro y el corazón es un dicho popular que encierra mucha sabiduría de siglos. En san Lucas, vigilar no es estar preocupados por el fin del mundo, sino estar preocupados por no poner nuestro corazón en los poderes y las riquezas. Son dichos para comprometerse en nuestro mundo sin perder la perspectiva del mundo futuro. San Lucas refleja la cercanía de Dios Padre con su pueblo y pone en boca de Dios palabras cariñosas, no de desaliento sino mostrando la esperanza divina: “ha tenido a bien darte el Reino”.
“Al que mucho se le da, se le exigirá mucho, y al que mucho se le confía, se le exigirá mucho más” (Lc 12: 48). Las parábolas sobre la vigilancia y la fidelidad es una invitación a esa actitud. Una llamada a la responsabilidad en todos los órdenes, pero especialmente la responsabilidad de saberse en la línea de que la vida tiene una dimensión espiritual, trascendente, sabiendo que hay que ponerse en las manos de Dios.
De quien habla Jesús en las parábolas, es Dios. Nosotros tenemos que ser buenos administramos, trabajar por el Reino, ayudar a los más pobres y necesitados con amor, celebrar la memoria histórica-litúrgica, y así estamos viviendo nuestra fe. Esperando que podamos llegar a la vida que no se acaba, el reino de Dios.