top of page
Vocación y Formación
Vocation and
Formation
DIRECTORIO VOCACIONAL CLARETIANO
Misioneros Claretianos
Traducción en Inglés por Joseph C. Daries, C.M.F.
Santiago González Gómez, C.M.F.
ROMA
“Vivan gozosamente todos los Misioneros
el don de la propia vocación.
Además, deben desear ardientemente
que ese mismo don les sea concedido también a otros
y que nuestra Congregación crezca más cada día
para anunciar el Reino de Dios.
Consideren todos dirigida a sí mismos la exhortación divina:
«Rogad al Señor de la mies que envíe obreros a su mies».
Recuerden también que nuestras palabras
y el estilo de la vida misionera
son la mejor invitación a abrazar la vocación del Señor.
Todos y cada uno tenemos el deber
de fomentar las vocaciones."
(Constituciones Claretianas, 58)
“¡Oh Madre benditísima, mil alabanzas os sean dadas por la fineza de vuestro Inmaculado Corazón y habernos tomado por Hijos vuestros! Haced, Madre mía, que correspondamos a tanta bondad, que cada día seamos más humildes, más fervorosos y más celosos de la salvación de las almas".
(Autobiografía de San Claret, 493)
CAPÍTULO: 1
1: La Vocación
7. La vocación es una inspiración o moción interior por la que Dios llama a una persona a un determinado estado o forma de vida. Supone siempre la absoluta libertad de Dios que llama y la libertad humana que reacciona ante esta llamada. Toda vocación contiene la historia de un inefable diálogo entre Dios y el hombre, entre el amor de Dios que llama y la libertad del hombre que, en fe y amor, responde. Don gratuito de Dios y libertad responsable del hombre son dos aspectos indispensables de la vocación.[1]
8. En fuerza de esta libertad, la vocación es, por parte humana, una decisión, una opción que toma el hombre sobre su propia vida. No es una opción cualquiera. Compromete toda la vida y condiciona, a la vez, las demás decisiones importantes de la persona.
1. La Vocación Humana
9. Existe en el ser humano una vocación específica vinculada al simple hecho de existir. La primera vocación es la llamada a la vida; llamada que está contenida en la dinámica del acto creador del Padre. El hombre viene a la vida porque es pensado, amado y llamado por una Voluntad que lo ha preferido a la no-existencia. La primera y más importante decisión de la persona es aceptar la vida como don, tarea y misión; es reconocer en ella la presencia divina.
10. Dios, origen de la vida, plasma en todo ser humano su propio dinamismo creador. De ahí que el hombre se sienta llamado a crecer en el conocimiento y aceptación de sí mismo, a buscar la verdad, que le hace libre,[2] a caminar y vivir en la autenticidad y a colaborar en la obra de la verdad[3]. La vocación humana implica crecimiento en la vida de la persona.
11. En el mundo. La vocación humana, la llamada a la vida, tiene un carácter ecológico. Podríamos llamarla una vocación ecológica. Por esta vocación el hombre es llamado a cuidar, a dominar y a transformar el cosmos por medio de su trabajo y a disfrutar de él. Así se realiza como hombre y se capacita para dar respuesta consciente, libre y creativa a los grandes interrogantes de la vida.
12. Con los demás. Toda vocación, como proyecto de vida, es un modo existencial de realización y donación: de realización, porque la persona se realiza cuando lleva a plenitud su vocación; de donación, porque a través de la vocación la persona encuentra el modo de relacionarse generosamente con los otros, de amar y ser amado. El ser humano, en tanto que varón y mujer, está llamado a unir su destino con los otros, estableciendo con ellos relaciones de igualdad, complementariedad, reciprocidad y fraternidad. El hombre se autorrealiza verdaderamente cuando se entrega al bien de los demás[4]. Ahí encuentra su propia plenitud personal.
13. Abierto al absoluto. Cada persona está llamada a vivir según la imagen y semejanza de Dios[5] y a relacionarse con Él. Su existencia de criatura está esencialmente abierta a su Creador. Su altísima vocación es la de desarrollar la divina semilla que se oculta en ella. La desarrollará superándose a sí misma al abrirse a la transcendencia y realizándola plenamente a través de las múltiples relaciones consigo mismo, con el mundo, con los otros y con Dios[6].
2. La Vocación Cristiana
14. Por el bautismo. La llamada a la vida alcanza su plenitud con una nueva y gratuita llamada a ser, en Cristo por el Espíritu, hijo de Dios. Esta nueva llamada se realiza en el sacramento del Bautismo. De este modo Cristo se convierte en el proyecto del hombre que, por vocación, todo bautizado ha de realizar en sí mismo. Él es el modelo perfecto y definitivo que manifiesta la plenitud del hombre al propio hombre y le descubre su suprema vocación: llamado a la comunión con Dios en Cristo Jesús[7], a ser el hombre que Dios quiere. No se debe, por eso, disociar la vocación humana de la cristiana. Ser cristiano es ser hombre, como Cristo[8] y ser en Él, hijo de Dios. En consecuencia, la vocación suprema del hombre es, en realidad, una sola: la divina.
15. En y para la Iglesia. La vocación cristiana, don de Dios, es una elección gratuita del Padre en la Iglesia, que es con-vocación, asamblea de llamados. Ella se configura como misterio de vocación, vivo reflejo del misterio de la Trinidad. La Iglesia lleva en sí el misterio del Padre que llama a todos a alabar y bendecir su nombre y a cumplir su voluntad. Guarda en sí el misterio del Hijo enviado por el Padre para anunciar a todos el Reino de Dios. Y es depositaria del misterio del Espíritu Santo, que consagra para la misión a la que llama el Padre mediante su Hijo Jesucristo[9]. La vocación cristiana es esencialmente eclesial, nace en la Iglesia y por su mediación y se orienta al servicio de Dios y de la propia Iglesia. En todas sus formas la vocación es un don destinado al crecimiento del Reino de Dios, de sus valores y exigencias en el mundo y a la edificación de la Iglesia.
16. Por la acción del Espíritu. Bajo la guía del Espíritu, la Iglesia está llamada a continuar la obra de Cristo como enviado del Padre al mundo para llevar a pleno cumplimiento el proyecto divino: establecer una alianza definitiva entre Dios y los hombres, haciéndolos hijos del Padre y reuniendo en un Nuevo Pueblo a los que estaban dispersos[10]. La condición de este Pueblo es la dignidad y libertad de los hijos de Dios. Su ley es el nuevo mandamiento de amar como Cristo amó y su finalidad es dilatar el Reino[11]. La Iglesia y cada uno de los cristianos están llamados a anunciar la Buena Noticia de la salvación[12].
17. En libertad. La llamada de Dios en Cristo, llamada de libertad dirigida a cada hombre[13], invita a una respuesta también libre. Dios no impone ni coacciona; se ofrece y propone. El hombre responde con espíritu de fe y con la misma libertad que Dios le ofrece en el don de su llamada. La gracia de Dios refuerza la respuesta del hombre potenciando su capacidad de apertura y acogida. Por eso la libertad es esencial a la vocación. En la respuesta se expresa libremente la adhesión personal. Esta libre respuesta encuentra su fundamento e incomparable modelo en Cristo, el primer llamado y enviado, siempre libremente obediente a la voluntad del Padre[14].
18. Como María. María fue llamada por Dios para una misión especial: ser la Madre del Salvador. A pesar de su turbación ante la propuesta del Ángel, aceptó humildemente la voluntad de Dios[15] y se entregó totalmente como Esclava del Señor a la persona y obra de su Hijo[16]. La libertad de Dios que llama se manifiesta en la elección amorosa y especial de María. A su vez, María expresa la libertad del ser humano tanto al escuchar la llamada de Dios como al dar la respuesta a la misma.
19. En comunión y diversidad. La Iglesia es el Cuerpo de Cristo constituido por los bautizados en un mismo Espíritu[17]. Es el Espíritu quien da vida a la Iglesia, la unifica en comunión y misión, y la provee y gobierna con diversos carismas y ministerios[18]. Para este fin, el Espíritu Santo suscita las diversas vocaciones.
3. Formas de Vida Cristiana
20. Todos los fieles, agraciados con dones y carismas del Espíritu, participan de diversas formas en la misión de Cristo, que es también la de la Iglesia: anunciar el Evangelio, dar culto a Dios y transformar la humanidad según el proyecto de Dios hacia la imagen verdadera del hombre que es Cristo. Esa multiplicidad de formas de realizar la misión se expresa en las diversas vocaciones cristianas: laical, ministerial y consagrada.
3.1. Vocación laical
21. La vocación laical se define a partir del bautismo y de la naturaleza y misión de la Iglesia. Laico es todo fiel cristiano que por el bautismo se incorpora a la Iglesia y ejerce en la vida y en el mundo la misión de todo el Pueblo de Dios en la parte que le corresponde[19].
22. Secularidad y compromiso. Lo propio y peculiar del laico es su estado secular: vivir el misterio de Cristo y la misión de la Iglesia en medio de las realidades del mundo. Su identidad es la de ser hombre o mujer de Iglesia en el corazón del mundo, y al mismo tiempo, hombre o mujer del mundo en el corazón de la Iglesia[20]. Miembro de la Iglesia, fiel a Cristo, está comprometido en la construcción del mundo en su dimensión temporal[21]. En él está llamado a vivir la novedad de la vida cristiana y a buscar el bien común en la defensa de la dignidad del hombre y de sus derechos inalienables, en la construcción de la fraternidad, de la paz, de la libertad, de la justicia[22].
23. Servicios. El laico es llamado a vivir la misión de Cristo Sacerdote, Profeta y Rey. En medio de las realidades temporales da culto a Dios ofreciendo su vida en el seguimiento de Jesús y trabajando en la transformación del mundo. Dentro de la comunidad eclesial participa activamente en el anuncio de la Palabra, en la vida litúrgica y en la acción caritativa de la Iglesia[23].
24. El matrimonio y la familia. Ellos constituyen el primer campo para el compromiso comunitario de los fieles[24]. Con el amor mutuo se inicia una vocación conyugal y familiar llamada a ser expresión y vivencia del amor como donación libre y recíproca, abierta a la transmisión de la vida humana para formar una nueva familia. La familia está llamada a ser escuela del más rico humanismo que asegure su lugar primario de humanización de la persona y de la sociedad[25]. En la familia, como Iglesia doméstica, todos pueden encontrar su propia vocación y realizarla en el corazón del mundo donde descubren la presencia del Señor[26].
25. Ministerios laicales. Algunos laicos pueden ser llamados a ejercer ministerios específicos. La variedad de estos servicios depende de los carismas recibidos y de las necesidades de la comunidad. El laico ha de entregarse a ellos manteniendo siempre su inserción en las realidades temporales y en sus responsabilidades familiares[27].
3.2. Vocación al ministerio ordenado
26. La vocación al ministerio ordenado ocupa un lugar específico en el Pueblo de Dios. Se confiere a través del sacramento del Orden y está configurado en tres grados: episcopado, presbiterado y diaconado.
27. 27. El ministerio ordenado es esencialmente un servicio a la comunidad eclesial que es misterio, comunión y misión. Misterio, porque está formado por todos los nacidos del Espíritu y agraciados con el amor y la vida del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Comunión porque todos los fieles han sido llamados a revivir la misma comunión de Dios. Y misión porque todos han sido enviados a manifestarla y comunicarla en la historia[28].
28. Todo ministro ordenado, según su grado, se presenta en medio de la comunidad como ministro de la Palabra, del sacramento y de la caridad[29].
3.2.1. Ministro de la Palabra
29. El Pueblo de Dios, al que sirve el ministro ordenado, ha sido convocado por la Palabra del Dios vivo que se expresa hecha vida en la boca del presbítero[30], consagrado y enviado a proclamar a todos el evangelio del Reino continuando la misma obra del Hijo enviado. A través de la Palabra mantiene la fe de todos los miembros de la comunidad y los invita a la comunión con Dios y con los hermanos[31], urgido gozosamente por la salvación de los hombres. Este ministerio reclama con fuerza el testimonio de coherencia y santidad de vida apostólica en los llamados a anunciar la Palabra.
3.2.2. Ministro del sacramento
30. Con la celebración de los sacramentos, sobre todo de la eucaristía, mantiene la comunidad unida a Cristo que es quien vivifica la misma comunidad con la fuerza del Espíritu. La eucaristía, alrededor de la cual se reúne la comunidad para celebrar la muerte y resurrección del Señor, es la fuente y el culmen de toda la predicación evangélica[32]. El sacramento de la penitencia del que también se beneficia él mismo, le permite ser testigo de la misericordia de Dios para con el pecador; por su mediación éste se reconcilia con Dios y con toda la comunidad[33].
3.2.3. Ministro de la caridad
31. La función del gobierno pastoral lleva consigo dedicarse por completo al servicio del Pueblo de Dios. Es un servicio que supone amor por los hermanos. A través de este amor el ministro ordenado expresa la solicitud de Cristo, el Buen Pastor, por la comunidad, especialmente por sus miembros más necesitados, hasta entregar la vida por ella, por la unidad y libertad de la Iglesia que es familia hecha fraternidad, hasta conducirla al Padre por Cristo en el Espíritu Santo. Por sí mismo o por otros, el ministro ordenado debe procurar que cada uno de los fieles cultive su propia vocación según el evangelio y viva una caridad sincera y activa en la libertad con que Cristo nos libertó[34].
3.3. Vocación a la vida consagrada
32. La vocación a la vida consagrada es una vivencia peculiar de la fe como respuesta a la llamada de Dios y una consagración por el Espíritu para el seguimiento de Cristo que nos lleva al Padre (Confessio Trinitatis). Esta consagración es signo y expresión en la Iglesia del amor de Dios que une a todos los hombres (Signum fraternitatis). Y, además, es una vocación que pone al consagrado al servicio de Dios hasta el extremo del amor como lo hizo Jesucristo (Servitium caritatis)[35]. Este género de vida testimonia y representa ante el mundo el estilo de vida que llevó Jesús y hace presentes las realidades del mundo futuro.
33. El Espíritu Santo ha suscitado una multiplicidad de formas históricas de vida consagrada a lo largo de los siglos, haciendo perenne en la Iglesia y en el mundo, en el tiempo y en el espacio, el misterio de Cristo. Entre estas formas sobresalen la vida monástica en Oriente y en Occidente, el orden de las vírgenes, los eremitas y las viudas; los institutos dedicados totalmente a la contemplación; la vida religiosa apostólica; los institutos seculares; las sociedades de vida apostólica y las nuevas formas de vida religiosa que continúan manifestándose también hoy como signo de la perenne juventud de la Iglesia[36]. Por su conexión con la Familia Claretiana destacamos la Vida Religiosa y los Institutos Seculares.
3.3.1. La Vida Religiosa
34. La consagración. Está a la base de la Vida Religiosa y en continuidad con la consagración bautismal. Por su propia iniciativa Dios llama a una persona y la separa dedicándosela a Sí mismo de modo particular. Al mismo tiempo, la persona recibe la capacidad de responder a la llamada de Dios, de tal forma que pueda expresar su consagración en una entrega profunda y libre de sí misma[37].
35. El signo-testimonio. La Vida Religiosa se presenta como signo que:
– Proclama la preeminencia del Reino de Dios y muestra el poder y soberanía de Cristo[38].
– Testimonia la vida nueva y eterna que nos trajo Jesucristo en su misterio pascual..
– Imita y representa en la Iglesia y en el mundo la vida de Cristo virgen, pobre y obediente.
– Manifiesta ante los fieles la presencia de los bienes del Reino.
– Atrae a los miembros de la Iglesia a cumplir sus compromisos cristianos.
– Prefigura la futura resurrección.
36. La vida comunitaria. La consagración religiosa establece una comunión particular entre el religioso y Dios, Uno y Trino; y, en Él, entre los miembros de un mismo Instituto. Enraizados en la consagración religiosa misma, comparten vida y misión desde el mismo don carismático. El fundamento de esta unidad es la comunión en Cristo que se expresa de una manera estable en la vida comunitaria[39].
37. La misión apostólica. La misión está inscrita en el corazón mismo de la vida religiosa. La llamada de Dios es para una misión. El religioso es enviado a realizar la obra de Dios al estilo de Jesús según la peculiaridad del propio carisma[40]. Por su consagración, está decididamente comprometido en la misión de Cristo.
3.3.2. Los Institutos seculares
38. Los miembros de los Institutos seculares, por su especial consagración, viven su unión con Cristo en medio del mundo y la manifiestan asumiendo las actividades y el estilo seculares[41]. Los Institutos seculares, aunque no son Institutos religiosos, tienen como elemento constitutivo la profesión de los consejos evangélicos reconocida por la Iglesia. La viven en el contexto de las estructuras temporales para ser así levadura de sabiduría y testigos de gracia dentro de la vida cultural, social y política. Realizando la síntesis de secularidad y consagración, aseguran la presencia incisiva de la Iglesia en la sociedad[42].
4. LA VOCACIÓN CLARETIANA
39. La Congregación claretiana se incluye, como Instituto apostólico, dentro de la forma de vida religiosa que se dedica a la actividad apostólica y misionera según el carisma recibido y transmitido por san Antonio María Claret.
4.1. Claret
40. Claret, nuestro Fundador, bajo la acción del Espíritu Santo y enriquecido con una particular vocación apostólica, dedicó toda su vida a la proclamación del Evangelio valiéndose de todos los medios a su alcance[43]. Se dedicó, sobre todo, a las misiones populares recorriendo toda Cataluña[44], otras regiones de España, incluidas las islas Canarias[45], y Cuba[46]. Impulsó la formación cristiana de niños, jóvenes y adultos a través de la catequesis y la difusión de libros buenos[47].
41. Para continuar esta labor, Claret reunió en torno a sí, sacerdotes y laicos, hombres y mujeres, formando con ellos un vasto movimiento espiritual y apostólico. Los Misioneros Hijos del Inmaculado Corazón de María (Misioneros Claretianos), las Religiosas de María Inmaculada (Misioneras Claretianas), el Instituto Secular de las Hijas del Inmaculado Corazón de María (Filiación Cordimariana) y los Seglares Claretianos forman la Familia Claretiana en sentido estricto[48].
4.2. La Congregación Claretiana
42. Antonio María Claret fundó la Congregación de Misioneros Hijos del Inmaculado Corazón de María para atender a la salvación de los hombres mediante la predicación del Evangelio. Se asoció con otros sacerdotes imbuidos del mismo espíritu que él[49], para dedicarse al ministerio de la Palabra y, juntos, conseguir de esta manera lo que él solo no podía ante la falta de predicadores.
43. La Congregación a lo largo de toda su historia ha mantenido viva la conciencia de haber nacido en la Iglesia como una comunidad convocada y consagrada bajo la acción del Espíritu Santo y por mediación de San Antonio María Claret. Heredera de su espíritu misionero, la Congregación se siente responsable de actualizar sus iniciativas misioneras y de promover aquellas que él personalmente no pudo realizar. La vivencia de nuestro carisma integra las riquezas espirituales y los valores culturales de los pueblos en que vivimos.[50]
44. La Congregación Claretiana es un Instituto misionero de vida consagrada[51]. Su estilo de vida y regla suprema es el seguimiento de Cristo tal como se propone en el Evangelio[52]. Por su carisma es un Instituto religioso verdadera y plenamente apostólico[53]. El claretiano vive la plenitud de su consagración a Dios en la realización de la misión. En ella se configura plenamente con Cristo misionero[54].
45. Nuestro proyecto de vida misionera implica ser discípulo y seguir al Maestro, vivir los consejos evangélicos en comunidad de vida con Jesús y con el grupo de los llamados, ser enviado y anunciar a todo el mundo la Buena Nueva del Reino. La unción del Espíritu para anunciar la Buena Nueva y la comunión con Cristo, el profeta por excelencia, nos hacen partícipes de su función profética[55].
46. La presencia de la Virgen María es esencial en la vida misionera claretiana. Nos consagramos especialmente al Padre, en Cristo, y nos entregamos al Corazón de María para vivir la vida evangélica y apostólica[56]. Ser hijo del Corazón de María significa ser misionero y apóstol. El hijo del Corazón de María es un hombre lleno de amor que abrasa por donde pasa y no piensa sino en cómo seguir a Cristo Misionero y en cómo procurar la salvación de los hombres[57].
47. El carisma claretiano de servidores de la Palabra, que se expresa de varias formas según las condiciones de los tiempos y lugares, conlleva las siguientes exigencias:
– El servicio a la Iglesia, presente en tantas iglesias particulares del mundo.
– El anuncio de la buena noticia de libertad a los presos y oprimidos, de salud a los enfermos, de atención a los pobres y necesitados.
– La proclamación de una palabra de denuncia que puede suscitar oposición, persecución, incluso la muerte, como mayor expresión y testimonio de vivir y proclamar las exigencias evangélicas.
– La evangelización de las antiguas cristiandades para mantener y confirmar su fe.
– La evangelización de los ambientes que han perdido la fe o se han descristianizado.
– El anuncio del Evangelio a los que nunca han oído hablar de Cristo.[58]
– La transformación del mundo según los designios de Dios.[59]
48. El servicio a la misión se ejerce en la Congregación por medio del ministerio ordenado (presbíteros y diáconos) y del ministerio laical. Ambas formas de vocación claretiana presentan rasgos propios y diferenciados como queda recogido en las Constituciones[60]. Esos rasgos ofrecen elementos de discernimiento que han de ser tenido en cuenta tanto en la pastoral vocacional como en la formación inicial y continua de los misioneros[61]. Supuesto lo anterior, todos en la Congregación comparten la misma vocación, viviendo reunidos en la misma comunidad y realizando la misma misión según el propio orden y la función de cada uno[62]. En la Congregación se ha de hacer entre todos, Hermanos, Diáconos, Presbíteros y Estudiantes, una fraternidad evangélica y evangelizadora[63].
Arriba
Home
bottom of page